Todos eran mis hijos, de Arthur Miller, martes, 14 de septiembre de 2010 , Teatro Español (Madrid)
Que me perdonen los aficionados al teatro, porque seguramente voy a meterme en "camisa de once varas", pero como ya me he acostumbrado a escribir sobre los espectáculos a los que asisto, y en esta ocasión se trataba de una representación de la famosa obra de Arthur Miller, al menos voy a dar mi opinión, aunque reconociendo que me muevo en terrenos pantanosos y desconocidos para mi, a nivel técnico sobre todo. Dicho esto, y esperando que los expertos sean indulgentes, ahí va mi opinión.
La invitación a acudir a esta representación vino de parte de mi hermana que además de vivir en Madrid desde hace unos añitos, resulta que sí que es un verdadera aficionada - y a veces más que eso, pasando a la práctica - a este noble arte de la interpretación. Me llamó unos días antes de mi partida hacia Madrid para comentarme que tenia intención de ir a ver dicha obra con otros amigos y con el típico "¿te apuntas?". Casualmente cuando me dijo de que obra se trataba, recordé que ya había visto yo una noticia sobre ella en un telediario reciente, y que me llamó la atención, por la juventud del director, Claudio Tolcachir, un argentino que ya había tenido otro gran éxito en Madrid, y también por algunos de los actores, como Carlos Hipólito, Gloria Muñoz, Manuela Velasco y, sobre todo, por el mas mediático Fran Perea. Y, como no podía ser de otra manera, me apunté.
De entrada tengo que reconocer que al no estar acostumbrado a asistir en demasía al teatro - en Almería tampoco vienen tantas compañías y, caso de venir, siempre hay algún concierto que me interesa más - tiendo a impresionarme con más facilidad que los que acuden asiduamente. Ver y escuchar a un actor en directo tiene un encanto especial que no existe en el cine ni la televisión, y por tanto , suele gustarme casi todo lo que veo. Buena boca teatral, se llamaría esto.
El argumento de la obra me pareció muy interesante, planteando algunos dilemas éticos y morales entre los personajes, y que podrían extrapolarse a muchas situaciones reales. Un viejo empresario, en la América de los 50, tiene que cargar con la sospecha de una turbia venta de material defectuoso que ocasionó una desgracia aerea, y que además llevó a la cárcel a su socio. Para complicar las cosas, uno de sus hijos desaparece en combate, su esposa se niega a aceptar su muerte, y su otro hijo está enamorado de la novia de su hermano muerto, que para mas "inri" es hija de su ex socio – que está a punto de ser excarcelado - . La obra comienza cuando el hijo invita a casa a la antigua novia de su hermano, para proponerle matrimonio.
Argumento interesante, complejo, pero nada enrevesado, con unos personajes creo que muy bien construidos, y con algunas pinceladas de humor para relajar el ambiente de vez en cuando.
En fin, no voy a descubrir yo a Arthur Miller ahora, claro. Es uno de los más importantes dramaturgos del Norteamérica, y por algo será.
Respecto a las interpretaciones, creo que Carlos Hipólito está realmente bien - siempre y cuando uno no cierre los ojos y crea que está escuchando al niño de "Cuentame". Cosas de la televisión. La actriz Gloria Muñoz, en el papel de su esposa también creo que lo borda. Sin embargo la pareja joven, Manuela Velasco y Fran Perea, no me parecieron tan convincentes, dentro de que creo que no lo hicieron nada mal. Lógicamente, se ve que en esto del teatro, más que en otras cosas, la veteranía es un grado.
La escenografía era sobria, pero magnifica para lograr meternos en la historia. A la izquierda un trozo de la vivienda de los protagonistas con la puerta que da al jardín, donde transcurre prácticamente toda la acción, y por el que van pasando todos los personajes. Al fondo una arboleda muy bien simulada. Y poco más. Suficiente, ya que la fuerza de la obra estaba en los diálogos.
Total, que creo que fue un acierto asistir a la obra, no todo en la vida puede ser música. De hecho...precisamente algo que me llamó la atención es que...prácticamente no se escuchó música de fondo en el montaje. A veces las palabras tienen tanta fuerza que acompañarlas con una melodía se hace totalmente innecesario.
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