domingo, 10 de febrero de 2013

Los dos ladrillos de Ian: El concierto del "Thick as a brick" de Jethro Tull

Los dos ladrillos de Ian

Concierto de Jethro Tull en Málaga, 8 de febrero de 2013


Todo comenzó un primero de septiembre de un lejano 1980, cuando ese inexperto jovenzuelo que era un servidor andaba de tienda en tienda de discos rastreando sin cesar, buscando su camino en el mundo musical, intentando saciar esa sed que los melómanos llevamos como carga durante toda nuestra vida, y que cuando parece estar satisfecha vuelve a surgir, aún con más fuerza, día tras día. Por aquel entonces lo más extravagante que figuraba en mi corta colección discográfica era discos como aquel de Boney M – el famosísimo “Nightflight to venus” – o un recién estrenado vinilo de Elton John, que siempre me fascinó: “A single man”. Pero hete ahí que ese aún caluroso día de septiembre – en Almería el verano acaba mucho mas tarde – con los ecos de la feria de la ciudad resonando todavía en mis oídos, el destino iba a ponerme delante una de las más fundamentales obras de la música rock – opinión que mantengo hasta la fecha – un disco que llamó mi atención sencillamente por su portada: Un dibujo de un viejo mendigo, con un raido abrigo y una sonrisa lasciva que nos hacia un corte de mangas a todos los que osábamos mirarle. A mis 14 años, en un país que aún se desperezaba de esa dictadura tan larga y tan asfixiante culturalmente –entre otras cosas  - me sorprendió que ese tipo de discos anduviesen por ahí, tan campantes, y que en su momento no le hubiese metido “el tijeretazo” el censor de turno. 
El inicio del concierto, con los músicos disfrazados del
personal de la limpieza
Poco después me enteré de que si, efectivamente, lo había sufrido pero no en la portada sino en algo peor: una de sus canciones había sido suprimida del disco y sustituida por otra, de otra época diferente. Los censores de aquí, como los de cualquier otro país – la estupidez no tiene fronteras – habían sido tan soberanamente ignorantes como para mutilar una obra tan inmensa como el disco “Aqualung”, de Jethro Tull, quitando su canción estrella “Locomotive Breath”, por el simple hecho de llevar alguna palabra malsonante en su letra, pero dejando en el disco otras canciones muchísimo más ácidas y anti-clericales. Típico de esas mentes tan obtusas como ignorantes. Y ese es el disco que aquel día me llevé para casa, mutilación incluida, cosa que ahora agradezco a esa panda de ineptos “meapilas”, pues me permite estar en posesión de un disco “de coleccionista”.
Pues todo comenzó ese día, porque cuando la aguja de mi tocadiscos se posó en el inicio del surco de la Cara A, y sonó la guitarra eléctrica de Martin Barre tocando el famoso riff inicial de Aqualung, mi alma quedó atrapada por la magia de Jethro Tull. Y hasta la fecha. Da lo mismo la cantidad de música – y os puedo asegurar que es mucha – que mis oídos han asimilado después: pop, rock, clásica, country y, por supuesto, jazz. Grandes genios como Ellington, Parker, Mozart o Bach me han dejado claro que la música es algo importante y maravilloso, y día a día descubro nuevas bandas – los Wilco han sido mi último descubrimiento, maravillosos - , nuevos solistas - mi amado Bill Evans, o el magnífico Brad Mehldau, por poner algún ejemplo -, nuevos estilos, o viejos discos que en su día pasé por alto. Da lo mismo todo eso, porque cuando escucho alguno de los discos de los Tull, siento siempre un pellizco especial, algo que en mi interior me obliga dejar lo que esté haciendo y prestar atención a la maravillosa música salida de la mente del que, en mi opinión, es uno de los grandes genios musicales de siglo XX (y XXI, claro), el señor Ian Anderson.
Un servidor, luciendo camiseta "tulliana"
(de la gira del 2007) y mas feliz que una perdiz,
intuyendo lo que se avecinaba
Quiero decir con esto que, cada cierto tiempo, vuelve a invadirme la “fiebre tulliana”, cual invernal gripe. Y, como la gripe, no existen medicamentos para curarla: hay que pasarla inevitablemente, con la diferencia de que estas fiebres yo las paso con gusto. En esta ocasión, el virus me llegó de la mano de un regalo navideño de mis hijas. Lógicamente ellas, mejor que nadie – puesto que su infancia, sin saberlo, estuvo llena de melodías tullianas – saben de mi pasión por esta banda. Así que cuando vieron que se había editado una nueva biografía del grupo, no dudaron que sería un estupendo regalo para su padre. Y no erraron, no. De inmediato devoré dicho libro (podéis ver aquí, en mi blog de reflexiones, unas palabras que dedique al mismo y a su autor) y coincidiendo felizmente con la recuperación de muchos de mis vinilos y del gusto por escucharlos, pasé unas maravillosas jornadas de lectura y audición en el pasado mes de enero. Estufa, té calentito, buena lectura y discos de Jethro Tull, fueron una estupenda combinación para empezar el año.
Entre esos discos estaba uno de mis favoritos, por muchas razones: “Thick as a brick”. Otra de las grandes obras del rock, y de la música en general. También su portada me cautivó, y lo sigue haciendo. Quien lea el libro de Vicente Álvarez, entenderá mejor lo de la portada, porque explica con detalle muchos de las particularidades de la misma. Resumiendo, la portada de ese disco es un periódico completo, con todas sus páginas. Al menos en su edición original, y que por suerte es la que yo tengo. Después, la industria discográfica, implacable en su afán de “hacer pasta” (y no de la italiana), se cargó la original, dejándola en portada-contraportada, y quitándole el encanto, mutilando de nuevo una obra de arte. ¿Se le ocurriría a alguien cortar el “Guernica” en cachitos…porque le parece muy grande? Supongo que no. Pues a muchos energúmenos de la industria musical sí que se les ha ocurrido algo similar aplicado a las obras musicales. Deplorable, pero cierto.
Pues bien, ese disco podría haberse quedado en una portada original, pero no es así. Lo que había en el interior era superior a todo lo que yo había escuchado hasta ese momento. Una sola canción ocupaba el disco entero, sin títulos, sin cortes, solo el obligado para darle la vuelta al vinilo. Yo ya había tenido una experiencia similar con un disco al que también amé profundamente en esa época: el Tubular Bells, de Mike Oldfield. Pero esto era diferente. El “tubular” era hasta accesible para mis escasos conocimientos musicales de la época, y de hecho, con un par de amigos, tuvimos la desfachatez de intentar grabarlo, a nuestra manera. Lo de los Tull era distinto. Era música como de otro planeta. Desde que el disco comenzaba, uno no dejaba de sorprenderse. La instrumentación era la que yo considero ideal para el rock: guitarras, bajo, batería, pianos y órganos Hammond. Y, por supuesto, la voz de Anderson, en su mejor momento. Intentar describir aquí la inmensidad de la obra que nos ocupa sería extensísimo, y para eso os vuelvo a remitir al libro “Jethro Tull: El faro de Aqualung”, donde el Sr. Alvarez hace un estudio exhaustivo y muy acertado de cada parte, comentando música y letra. Yo solo diré que es el día de hoy donde cada parte vuelve a sorprenderme, donde tras mis incursiones posteriores en el jazz, descubro que hay muchas influencias jazzísticas en el disco, pero también las hay de blues, de música clásica, de rythm´n´blues, y hasta de música oriental. Sigue siendo un reto para mí, como músico. A veces creo que sería incapaz de interpretarla. Otras, creo que debería ponerme a estudiarme el disco de cabo a rabo, para aprender más. Pero al final lo que hago es volver a disfrutarlo escuchándolo.
Ian Anderson, con su flauta, y John O´Hara al fondo,
a los teclados
El caso es que, con estos antecedentes, con el libro recién leído, el disco recién escuchado – y varias veces – voy y me entero – gracias a mis “mil y un” avisos del google, que me mantienen bien informado - de que Mr. Anderson recala por España, y que además se acerca hasta Málaga – que me pilla bien cerquita – y con su gira “Thick as a brick 1 y 2”, que está realizando desde el pasado año para conmemorar el 40 aniversario del disco y mostrar en directo también, además, la 2ª parte del mismo, subtitulada como "Whatever happened to Gerald Bostock", en referencia al protagonista de la primera parte, realizada el pasado 2012. La verdad es que no me costó mucho decidir que tenía que estar en Málaga el día 8 de febrero. Sobre el concierto, nuevamente gracias el libro de V.A., tenía bastante información, y por internet recabé mas, con opiniones para todos los gustos. Hay gente que piensa que Ian Anderson tenía que haberse retirado ya en 1980. Otros que en los 90. Si, si…claro. ¿También, quizás, tenía que haberse retirado Beethoven cuando empezó a quedarse sordo? Pues nos hubiésemos perdido alguna que otra obra maestra, queridos descerebrados amigos. Un artista no se retira cuando tu quieres, chaval, sino cuando él considera conveniente y, a veces, nunca. Y los que disfrutamos de sus obras, siempre tenemos la opción de no hacerlo si no queremos – salvo que seamos el protagonista de la Naranja Mecánica, claro – pero ya empiezo a estar bastante cansado de la frasecita “y esos…¿no tenían que estar retirados ya?”. Pero, ¿por qué? No te gusta la música que hacen, ¿no? Pues no los escuches, amiguete. Pero si a ellos les gusta hacer su trabajo, y a otros también nos gusta disfrutarlo, ¿por qué nos vamos a privar de ese placer? Pues bien, aclarado por mi parte que tengo clarísimo que Ian Anderson y sus Jethro Tull, pueden y deben continuar, porque siguen haciendo una música de calidad extrema, me encaminé a Málaga el viernes por la tarde, para presenciar el directo completo de su obra magna. Algo que, dicho sea de paso, no ocurría desde la gira del 72 de presentación de ese disco, pues a partir de ahí, y dada la duración de la obra completa, nunca más habían interpretado en directo de forma integral, sino con un “meddley” de unos 15 minutos, con las partes más conocidas. Por tanto, era una ocasión muy especial para mí, puesto que aunque ya había visto en directo a los Jethro en 4 ocasiones, sabía que lo que iba a escuchar era muy especial y posiblemente, una vez acabada esta gira especial, no vuelva a producirse mas.
Otra pose del maestro, a la flauta, en la que estuvo inmenso

Como suelo hacer, y sabiendo con más seguridad que nunca lo que iba a escuchar, la semana previa me puse al día, sobre todo en lo referente al nuevo “Thick as a brick 2”, que tenía mucho menos escuchado , y que reconozco ha resultado ser un más que digno sucesor de su hermano 40 años mayor. ¿Hermano? Bueno, más bien sería su padre o su abuelo. Da igual, sucesor al fin y al cabo.
Así que lo más pronto que pudimos estábamos mi mujer y yo en el recinto del palacio de Ferias y exposiciones de Málaga, cogiendo un buen sitio – quinta fila, no estuvo mal – para disfrutar con detalle del concierto. La edad media de la concurrencia, unos 40 añitos. Aunque algún jovenzuelo se veía de vez en cuando, muchas canas y muchas calvas se vislumbran en los conciertos de esta banda, aunque al parecer hay mucha gente joven que los sigue. Posiblemente estaría más atrás, en las localidades más baratitas.
Con puntualidad, sobre las diez y poco, empezaron a pasar cosas en el escenario. Ian tiene un concepto del espectáculo como algo que acompaña a lo musical, y le da un “plus”, cosa en la que estoy totalmente de acuerdo, y casi siempre ha intentado sorprender en sus conciertos. En este caso, van entrando al escenario unos señores enfundados en batas, y con unas gorritas, simulando ser personal de limpieza, y van pasando sus paños, escobas y plumeros por todas partes: suelo, instrumentos, etc. Los que ya estábamos informados sabíamos que bajo algunas de esas batas estaban los músicos de Jethro Tull, confundiéndose con otros elementos, también parte del personal de apoyo de la banda. Una vez dejan como “la patena” el escenario uno de ellos simula darle al mando a distancia del video, y en la pantalla de fondo aparece Ian Anderson, interpretando al psicólogo de Gerald Bostock, el pequeño niño prodigio protagonista – e imaginario letrista – del “Thick as a brick”. Aunque tuvieron el detalle de subtitular la perorata inicial, lamentablemente los de las primeras filas no pudimos casi leerlo, porque los instrumentos del escenario nos tapaban casi la totalidad de dichos subtítulos. Pero bueno, yo estaba ahí por lo que venía después, y casi inmediatamente el video terminó y en un lateral del escenario apareció Ian y entonó con su pequeña guitarra acústica la célebre frase inicial “Really don't mind if you sit this one out…”.
¿Donde hay que firmar para unos 65 años así?

Y dio comienzo la magia. Disfruté, y mucho, del concierto. El sonido, aunque comenzó con ciertas deficiencias, sobre todo en lo que respecta al bajo que sonaba demasiado fuerte, a partir de los 5 minutos iníciales se ajustó perfectamente. Voy a empezar por lo negativo, aunque lo explicaré bien: la voz de Ian Andersón está ya realmente en muy malas condiciones. Y es una pena, para que nos vamos a engañar, puesto que es una de las más especiales voces que el rock nos ha dado. Sin ser potente ni espectacular, siempre ha sido contundente en los temas que lo requerían y sumamente agradable y envolvente en las baladas y pequeñas joyas acústicas que siempre nos regalaba en cada disco. Hoy por hoy, y sobre todo para el directo, le cuesta mucho. Pero esto no es una crítica, sino simplemente una realidad y con esto no quiero decir que Mr. Anderson no pueda seguir en los escenarios y/o grabando o componiendo. De hecho, consciente más que nadie de su propia limitación, Ian para esta gira ha encontrado una solución intermedia, que alivia esta merma física que lamentablemente padece: ha contratado a un nuevo miembro para la banda, que además de actuar y dar un toque teatral al espectáculo, canta las partes a las que Ian ya no puede llegar dignamente. En otros momentos, lo que hace Ian es “rapear” un poquito, que tampoco queda mal. Personalmente me parece una magnífica solución, que permite que podamos seguir disfrutando de unos de los mas maravillosos directos de la música actual. Inteligente, como todo lo que ha hecho Anderson en su vida. Ryan O´Donnell es el joven encargado de esta nueva tarea, novedosa para los seguidores tullianos, que nunca habíamos visto a otro que no fuese Anderson entonando sus melodías. Lógicamente, yo preferiría que las pudiese seguir cantando Ian, pero puestos a elegir, prefiero poder seguir yendo a un concierto suyo, porque Jethro Tull es mucho más que la voz de Ian, muchísimo más.

De hecho, quizás por lo que más disfruté del concierto fue por toda la fuerza instrumental de esa obra. Thick as a brick es casi un 70 % instrumental, y ahí, amigos, los chicos de Anderson están en plenitud, incluyéndolo a él, que cada vez toca mejor la flauta y la guitarra. Es lo que da la veteranía. Pero la banda que lo acompaña, más joven ahora, están bastante a la altura del maestro. En la batería está un joven con apellido de órgano, Scott Hammond, que ha sustituido no hace mucho tiempo al que ha sido batería durante muchos años de la banda, Doane Perry. En esta ocasión, además, con el reto de interpretar el maravilloso trabajo que en 1972 hizo el que, para mí, ha sido el mejor batería de la banda: Barriemore Barlow. Por mi parte, aprobado el joven Hammond. No es nada fácil rítmicamente esta obra, y cualquier fallo por su parte habría llevado a error directamente al resto de músicos. Si no recuerdo mal, lo realizó impecablemente.
Ian cantando, y al fondo el bajista David Goodier, y
el guitarrista Florian Ophale

El bajista David Goodier, aunque nuevo en Tull (lleva con ellos, intermitentemente, desde principios del nuevo siglo, y yo ya lo había visto cuando la banda recaló por Almería en el 2007) es un veterano, como demuestra su blanca cabellera. No tengo muchas referencias suyas anteriores, aunque creo que es un músico de sesión ingles de los muy reclamados para grabaciones. Desde luego su trabajo en el escenario es fabuloso, muy preciso y reconozco que me gusta quizás más que el anterior bajista de los Tull, Jonathan Noyce.
El teclista, John O´Hara es un paisano de los Beatles, nacido en la muy musical Liverpool. Ian Anderson siempre intenta que sus teclistas sean también sus co-directores musicales (el director es él, por supuesto), y que le ayuden con los arreglos orquestales, cuando los necesita. Por tanto, John comenzó ayudando a Ian en sus proyectos en solitario, paralelos a Tull, y en sus incursiones sinfónicas con música de los Jethro, como los estupendos conciertos con la Nueva Filarmonica de Frankfurt, de los que hay un maravilloso DVD editado, y donde John desempeñaba el rol de director de la orquesta, en paralelo a su labor como teclista. Como en ocasiones anteriores lo hicieron el magnífico y simpático teclista Andy Giddins, y antes que él David Palmer y John Evans, u otros no tan bien recordados por los fans, como Peter John Vetesse, los teclistas del los Tull siempre tienen algo de pluriempleo. El maestro Anderson les saca bien el jugo. Particularmente, tenía reticencias respecto a O´Hara, porque en su actuación en el concierto de Almería, en el 2007, estuvo bastante sosito, e incluso algo inseguro en algunos temas. La otra noche me reconcilié con él, porque me encantó su interpretación en los teclados, sobre todo en los órganos Hammond. En algún que otro pasaje donde tenía que improvisar un poquito, se le nota que es más clásico que jazzista, pero se lo disculpo porque, en primer lugar Jethro Tull no es una banda de jazz (ni de heavy metal, aunque los de los Grammy pensasen que si en el año 1987), y porque tocar “Thick as a brick” de cabo a rabo en los teclados es algo que no está al alcance de cualquiera. Aprobadisimo también, el bueno de John, que además también se ha aplicado en cambiar un poco su imagen, siendo ahora mas juvenil y divertida que hace unos pocos años, más acorde con la banda en la que está.
La banda al completo, durante uno de los estupendos
duetos "flauta-guitarra" tan característicos de
los Tull
El más joven de la banda, con 30 años solamente, y quizás sobre el que más recae el peso de la responsabilidad es el alemán Florian Ophale, el nuevo guitarrista de los Tull. Sobre sus espaldas pesa la enorme tarea de hacer que intentemos olvidarnos de nuestro amado Martin Barre, el guitarrista maravilloso que ha sido la mano derecha de Ian desde el segundo disco de la banda, aquel estupendo “Stand up”. A Florian ya lo había visto yo en algunos videos de hace años, cuando era un adolescente imberbe – ahora se ha dejado una perillita, para demostrarnos que ya es mayorcito – acompañando a Ian en acústico, en sus proyectos en solitario, y ya en ese momento pensé que el maestro andaba buscando sustituto para cuando el bueno de Martin decidiese retirarse. Y no me equivoqué. Y reconozco que el chaval hace un estupendo trabajo. Nuestro querido “Lancelot” Barre siempre será especial, pero Florian Ophale tiene una técnica estupenda con las guitarras, y sería injusto estar siempre comparándolo con Martin. Por mi parte, disfruté mucho con sus solos, como en otros momentos he disfrutado con los de Barre. Hay sitio para los dos, y si Martin Barre está cansado de tanta gira, bienvenidas sean las nuevas generaciones.
Una imagen a la que nos vamos a tener que acostumbrar:
Ian con la flauta y Ryan cantando.

Del nuevo cantante, Ryan O'Donnell, ya hablé antes, pero añadiré que me parece que aporta bastante a la banda, al menos en este espectáculo del “Thick as a brick”. No sé si en un concierto al uso de los Tull cuadraría, pero seguro que Anderson buscaría la forma de que así sea. En este concierto, además de cantar las partes más comprometidas, se disfrazó, bailó, hizo mímica, y en resumen, dio una nota de color en el escenario que, aunque en caso de que Ian conservase sus facultades vocales habría sido innecesaria, tampoco ha sido un mal aporte. Su protagonismo como actor sube en la 2ª parte del Thick as a brick, donde Ian canta mas cómodamente – lógico,porque lo ha compuesto hace poco, y lo ha hecho pensando en  capacidades vocales actuales – y Ryan se transforma en un verdadero “Mortadelo, as de los disfraces”, con la excusa de ir escenificando las diferentes posibles vidas del Gerald Bostock adulto que se relatan en el “TAAB 2”.
Para el final dejo al maestro: Ian Anderson. No soy objetivo, supongo, porque admiro mucho a este hombre. Con él me pasa como con Peter Gabriel, o con Bowie. Son como los cerdos – con perdón por la comparación, entiéndaseme bien – se aprovecha todo de ellos, hasta los andares. Todo lo que hacen me suele gustar, y llevan tanto tiempo provocándome sensaciones placenteras para el oído y para el espíritu, que hasta cuando se equivocan me gusta. Anderson ha hecho alguna cosilla que no me ha gustado mucho – todos los fans recordaremos aquella época suya en la que le dio por el “tecno”, y nos regalo esa joyita llamada “Under wraps” o su disco en solitario “Walk into light” – pero hasta esas obras al final han merecido mi respeto, aunque solo sea por que demuestran su capacidad para investigar e innovar siempre, sin pararse a pensar si eso gustará o no a sus fans. Ian es un tipo que siempre ha mirado hacia adelante, y siempre ha hecho lo que le ha apetecido, sin pensar en la industria, en lo comercial. Solo lo que su alma artística le dictaba que tenía que hacer en cada momento.
Momentos del "Locomotive Breath", el regalo final,
como "bis" de lujo
Así que, llegados a este punto, que voy a decir de Ian que no sea bueno. Que no canta ya muy bien, pues bueno, nos aguantamos. ¿No aguantamos al Sabina, y lo suyo es mucho peor? Pero, si nos paramos a pensar en cómo compone, como toca la flauta, la guitarra, o lo que le pongas por delante, este señor es un músico como la copa de un pino, y por tanto tiene que estar donde están los músicos: en un escenario. Y lo de la otra noche no fue más que la demostración de eso, de su profesionalidad y de su amor por lo que hace, y lo que lleva haciendo ya casi 50 años, ininterrumpidamente. Anderson es como Dylan, como Springsteen, como McCartney, necesita al público, necesita la carretera. Tiene 65 años, pero ahí está, con su flauta maravillosa, saltando por el escenario – ya no tanto como antes, claro – con su famosa postura de “la garza”, con su personalidad arrolladora. Pero, eso sí, no penséis los que no lo hayáis visto en directo, que todo es “pose”. Mientras hace todo eso, es capaz de genera una música de una calidad tan alta como podáis imaginar. Él, y su banda, por supuesto, sean quienes sean en cada momento. Hubo momentos del concierto en los que todos iniciaban una pequeña coreografía, mientras acometían partes verdaderamente complejas musicalmente hablando. ¡¡¡Eso no es nada fácil de conseguir!!!. Requiere de muchísimo trabajo previo, mucho talento y mucha habilidad con el instrumento. Ian, es capaz de estar pendiente del público, de los músicos, del sonido, de brincar, cantar una pequeña parte, tocar una compleja frase en la flauta, pegarse otra carrera, actuar un poquito, volver al micro, agarrar su guitarra acústica, casi de inmediato volver a coger la flauta, volver a cantar, y así…podría seguir de forma interminable. Verdaderamente admirable, y nada sencillo. Solo los que pisamos escenarios sabemos de la complejidad de esas acciones, incluso por separado. ¿Cómo debe ser hacerlo todo? Solo está al alcance de unos pocos como Ian Anderson.
Ya imaginareis que disfruté plenamente del concierto. Casi no dedique tiempo a sacar fotos o un poco de video, aunque iba preparado para ambas cosas. No merecía la pena perderse lo que ocurría en el escenario. El TAAB original sonó verdaderamente bien, y el TAAB 2 aunque no llega a la perfección del primero, es como dije antes, un digno sucesor. Temas como el “Banker bets, banker wins” se me han quedado ya tan grabados, que me parecen tan clásicos como el “Minstrel in the gallery”, al que por cierto…le da un aire.
Cierto es que en el TAAB 2 los músicos parecían estar más cómodos, cosa lógica ya que es un disco que ellos mismos han grabado, por lo que no tiene que estar interpretando lo que hicieron sus predecesores, sino que están dando libremente lo que son capaces de ofrecer como músicos. Si a eso sumamos que se interpreta en la 2ª parte del concierto, donde todos los que somos músicos sabemos que se está ya “mas calentito”, hace que la nueva obra suene, musicalmente hablando, más fluida que la primera. No obstante, disfruté muchísimo con las dos pero, para que vamos a engañarnos, el TAAB 1 es para mí algo mucho más especial, porque forma parte de mi cultura musical.
La banda al completo: De izq a der, John O´Hara, Ryan O´Donell,
David Goodier, Ian Anderson, Florian Ophale y Scott Hammond,
saludando tras el concierto.

El concierto se me pasó en un suspiro. Ojalá, pensé, se queden con ganas de mas y repitan el “Thick as a brick 1”. Lógicamente no ocurrió, pero sí que, como postre de lujo y sin tener que insistir mucho la concurrencia, John O´Hara salió de nuevo al escenario, se sentó a los teclados e inició la intro de la que quizás es la canción más emblemática de Jethro Tull: Locomotive Breath. Si, aquella de la que los censores quisieron privarnos allá por mediados de los 70 a los españoles. Que se jodan, la verdad, no se me ocurre otra cosa que decirles, si alguno de aquellos energúmenos aún sigue con vida y casualmente lee esto. ¿Por qué ese empeño de algunos por imponer sus criterios a los demás? El mundo está dominado por gente así, representantes religiosos y políticos que durante la historia de la humanidad aprovechan la ignorancia y la bondad del resto de la gente, para imponer sus criterios, y así hacerse con el control de todo. Hoy en día, en nuestro país, aunque no existe una censura como aquella, estoy seguro de que existen otras, y esos poderosos quieren seguir “controlándonos” y llevándoselo todo. A los telediarios me remito, con los lamentables “urdangarines”, “barcenas”, “ERE´s ilegales”, y ese largo etcétera de casos vergonzosos con los que nos desayunamos cada día, y que nos demuestran que la clase política siguen siendo, en su mayoría  una sucesión de sinvergüenzas y advenedizos, que buscan su lucro personal cuando acceden a esa "profesión". Gentes que siguen siendo capaces de “mutilar” no solo obras como la de Anderson, sino de “mutilar” a quien sea, si se opone a sus propósitos. ¿De qué estaba yo hablando? Ahh…perdón…de Jethro Tull. La realidad de este país en particular, y de este mundo en general, ha hecho que me pierda un poquito del propósito de este blog. Discúlpenme. Pero volverá a ocurrir, mientras no me censuren, claro, que esa ventaja si tenemos por ahora en este país. Veremos cuanto nos dura.
Estaba hablando del apoteósico final del concierto con el “Locomotive Breath” sonando y del que sí que me traje un pequeño recuerdo en vídeo que, aunque de muy baja calidad, guardaré como oro en paño como demostración de otra de las noches mágicas con Jethro Tull.
Esa noche en la que disfruté con los “dos ladrillos de Ian”.