miércoles, 25 de enero de 2012

Bailando el vals que Bunbury nos toca

Enrique Bunbury, Pabellon deportivo Rafael Florido (Almería), 24-1-2012
Hay personas que nacen con una fuerza interna que les lleva a ser líderes en cualquiera que sea la actividad que decidan emprender. Enrique Ortiz de Landázuri Izardui, más conocido como Bunbury es ,a mi entender, una de esas personas.
Podría haber sido, por poner algunos ejemplos, torero – porque parece tener planta, valentía y chulería necesaria para ello - boxeador, y de hecho parece tener alguna afición al cuadrilátero, poeta- en parte, lo es - , o pintor. Difícilmente lo imagino fichando cada mañana, aunque si hubiese optado por ese camino, también estoy
seguro de que lo haría bien, pero por fortuna, se decidió por la música y eso nos ha proporcionado en este país una de las carreras más sólidas e internacionales de las que el rock´n´roll patrio dispone.
Con una sorprendente forma de escribir y componer, ávido de nuevas experiencias, de reinventarse en cada nuevo proyecto, sin dejar de escuchar música – que es algo que yo creo que muchas “mega-estrellas” suelen hacer, por no
hablar de algunas que no han escuchado nunca más allá de la lista de “los 40” -, con influencias clarísimas - y reconocidas por él mismo - de ciertos genios indiscutibles: Dylan y Bowie, sobre todo, en lo musical. Pero también con muchos guiños a Tom Waits en llo que a instrumentacion se refiere, o al mismísimo Elvis en su forma de comportarse en un escenario, exagerando gestos y poses para deleite de sus fans – que somos muchos – y desesperación de sus detractores, que suelen quedarse en lo superficial para, en la mayor parte de ocasiones, dedicarse a criticarlo por estos motivos sin conocer bien su obra.
Pues bien, comprenderéis tras este panegírico de introducción que mi admiración por Bunbury es grande y declarada a los cuatro vientos – teniendo por ello que soportar en no pocas ocasiones las burlas de algunos compañeros músicos – y no músicos – que, en su derecho a la libre opinión del que, por ahora, disfrutamos – se mofan de mi debilidad por este controvertido artista.
Y algunas he tenido que soportar en estos últimos días, en los que yo andaba ilusionado por acudir a su presentación del nuevo álbum “Licenciado Cantinas” en mi ciudad. Ya tuve la ocasión y la suerte de acudir, hace ya casi cuatro años, a la presentación en Madrid de su “Hellville Deluxe” (crónica que también podéis leer pinchando aquí), y no me defraudo aquel concierto. La banda con la que se estrenaba en aquella gira es la misma que continua con él en la actualidad, y con la que yo ahora esperaba estuviese mucho mas compenetrado, tras casi cuatro años de trabajo con ellos.
Pues bien, hoy, con la cabeza bien alta tras escuchar uno de los mejores conciertos de rock – que porras…de ROCK , con mayúsculas – de los últimos años, voy a recuperar mis crónicas de conciertos que tenia abandonadas desde hace meses – por andar bastante ocupado en proyectos musicales propios – porque desde luego este concierto es de los que lo merecen.
Para empezar, y total ya puestos a defender a Enrique, comprendo perfectamente que se viese obligado a suspender el concierto inicial del día 13 de enero (y otro más en Valencia, dos días antes). He leído opiniones de “impresentables” y "energúmenos", amparados por el anonimato, por las redes sociales, insultando y criticando la suspensión de esos conciertos, cuyo motivo no fue otro que la enfermedad de Bunbury, certificada por un médico colegiado oficial, por una faringitis aguda. Estoy seguro que más de uno de los que implacablemente se cebaba con el artista es capaz de faltar a su trabajo por un leve resfriado. Hay artistas que tiene fama de “flojos”, de no cumplidores, etc, pero no es el caso de Bunbury, que creo que demuestra siempre su profesionalidad. Pero, como bien dijo anoche durante el concierto, ”los virus no tienen fines de semana”, y no entienden de conciertos, compromisos, entradas o fechas. Ellos sí que son esclavos de su trabajo y lamentablemente no tienen vacaciones.
Dicho esto, y tras la lógica decepción inicial por ver trasladada la fecha del concierto a casi dos semanas más tarde, lo cierto es que me tomé el aplazamiento como una oportunidad para lo que yo suelo denominar “preparación del concierto”, y durante estos días previos he vuelto a escuchar sus mejores discos (que son casi todos) y a visionar algunos de sus conciertos y documentales. Digamos que me he “bunburyzado” a base de bien, que es la mejor forma de disfrutar luego del concierto, siendo muy consciente de lo que se va a escuchar. Es mi manera de hacerlo, y a mí me funciona.
Como decía antes, la gira que Bunbury ha comenzado en este enero de 2012 es la de presentación de su nuevo trabajo, “Licenciado Cantinas”, un disco peculiar en el que desde el primer acorde se trasluce que este artista tiene un estilo tan personal que es capaz de realizar un disco completo de versiones y, con toda naturalidad. hacerlas suyas de inmediato. También en esto se fija en sus grandes ídolos, porque casi todos, en algún momento de su carrera, frenan y echan un vistazo a sus orígenes e influencias y realizan un disco versionando a otros. Ahí está el ejemplo de Bowie, con su disco “Pin ups” donde versionó temas de The Who, Pink Floyd o The Kinks, entre otros o, sin ir más lejos, el reciente trabajo de Paul McCartneyKisses on the bottom”, donde versiona, con una producción muy jazzistica, algunas de las canciones que escuchaba cuando era niño, en su Liverpool natal. Todos tenemos nuestras propias raíces e influencias musicales, algunas muy escondidas en el subconsciente, que provienen en ocasiones de lo que han escuchado nuestros padres, o algún familiar cercano, o simplemente de preferencias por determinadas culturas musicales que de forma inexplicable nos atraen, por muy lejanas que nos parezcan. Es lo mágico de la música, y la explicación de su universalidad. Y Bunbury se ha dejado llevar por esa afición suya por la música latinoamericana demostrada ya en temas concretos de sus discos anteriores. Se me viene a la cabeza la maravillosa versión mexicana de “Infinito”, con los mariachis y Julieta Venegas al acordeón. Cuando se visiona ese video-clip uno se da cuenta de que en esa época, hace ya unos años, ya estaba el germen del “Licenciado Cantinas” en la mente de Enrique. O en temas como “Canto (el mismo dolor)”, de su maravilloso “Viaje a ninguna parte”, que desprendían un maravilloso olor a ranchera y corrido mexicano.
En palabras del mismo Enrique en este disco la labor de composición ha sido sustituida por la labor de selección de las trece canciones que lo integran, y con las que ha querido contar una historia, la del Licenciado Cantinas, un personaje interpretado por él en el escenario.
Pues este es el contexto en el que nos movemos y lo que anoche, en el pabellón Rafael Florido de mi ciudad, Almería, venía a mostrar Bunbury, y lo que realmente quiero contar – aunque lleve ya más de dos páginas escritas sin haber comenzado. Debe ser el “mono” de escribir crónicas que tenía el que me está haciendo teclear más de la cuenta, pero voy a intentar “ir al grano”, a ver si soy capaz de centrarme.
Tal y como intuí, y constaté a la llegada al pabellón, junto a mi mujer y mi amigo el también músico y roquero “de pro” Rosendo Alvarez, gran admirador de Bunbury también, la afluencia de público no era masiva, pienso que achacable al traslado de fecha, que pasó de un viernes a un martes, lo que seguramente motivó la devolución de muchas entradas. No todo el mundo está dispuesto a irse un martes de concierto, y es comprensible. Pero como no hay mal que por bien no venga, fue un verdadero placer entrar al recinto con facilidad y lograr un privilegiado sitio bastante cerca del escenario, y equidistante de este y de la barra donde se podían conseguir de cuando en cuando algunas frescas cervecitas, fundamentales para un espectáculo de este tipo. El publico, bastante heterogéneo en edades y aspecto, me sorprendió por lo respetuoso. Siempre en este tipo de conciertos de rock parece que “suelten” a una horda de “gilipoyas” que se reparten por el recinto con el único fin de molestar a todo el mundo con sus estupideces, y que no parecen nada interesados en lo que ocurre en el escenario, sino mas bien en hacerse notar, dar codazos y derramar cervezas y/o ceniza sobre sus vecinos. Pues bien, anoche, si los había, no se pasaron por nuestra zona, de forma que pudimos disfrutar con tranquilidad y alegría del espectáculo.
Puntualidad. Algo que no abunda en este nuestro país. Posiblemente el concierto comenzó con unos escasos minutos de retraso - no miré el reloj en ese momento- , totalmente aceptables. Hasta en eso me quito el sombrero con este tipo. Y como era de esperar el concierto comenzó con el tema instrumental “El mar, el cielo y tu”, que también abre el disco “Licenciado Cantinas”, versión de una vieja canción del mejicano Agustín Lara. Y tampoco me sorprendió que, a continuación, la enlazase – como en el disco – con el potente “Llévame”. En cuanto comenzó este tema sospeché cuanto iba a disfrutar con esa banda sobre el escenario. Como decía antes, ya presencié hace algunos años, en la presentación de “Hellville Deluxe”, el nacimiento de su nueva banda “Los santos inocentes”. Tras muchos años con otros músicos, que conformaban la banda que acabo llamándose “El huracán ambulante”, Enrique decidió cambiar de sonido y, por tanto, de músicos. Quedándose solamente con su batería, mi “casi-tocayo” Ramón Gacías, que parece ser su clara mano derecha en toda su carrera en solitario, buscó savia nueva, y sin duda la encontró. Los músicos del “Huracán Ambulante” eran fantásticos, pero estos “Santos inocentes” no lo son menos, desde luego. El sonido que Enrique iba buscando era más roquero, más cercano al estilo “americana”, donde se mezcla muy bien el folk, el country, el rockabilly y el rock más clásico. La instrumentación que lleva lo demuestra: Batería, bajo (o contrabajo en esta ocasión, por los temas mas “cantineros”), dos guitarras y un teclista “no tecnológico”. Me explico: nada de sonidos extraños de sintetizador, nada de sonidos sampleados intentando imitar a violines ni trompetas, etc. Sonidos de teclado puros y añejos, muy “vintage”: pianos limpios, pianos eléctricos tipo “fender rhodes”, acordeón y un órgano Hammond de los de toda la vida. No hace falta más para hacer esta música. En esta ocasión ha incorporado a un percusionista, también por los temas del último álbum, en los que la percusión tiene un papel preponderante, pero habrá que ver si lo conserva en el futuro. Con Enrique Bunbury es muy difícil hacer una previsión, porque seguro que nos volverá a sorprender.
Pues ahí estábamos, frente a un escenario austero pero elegante, con un despliegue quizás algo excesivo de luces, pero contundente, y con unos fantásticos músicos que empezaban a hacer buen rock. Y aparece Bunbury, enfundado en un traje negro con unos llamativos adornos de llamas fuego, todo muy en la “tarantinica” onda de “abierto hasta el amanecer”, muy latino, muy visceral y sobre todo, muy roquero.
La verdad es que sería incapaz de recordar el exacto orden de las canciones, pero, oh maravillas del facebook, anoche mismo ya estaba publicado el “set list” del concierto de Almería en el perfil del artista, por lo que no voy a tener que, como en otras ocasiones, hacer un ejercicio de memoria para recordar el transcurrir del evento: me lo han puesto fácil.
Tras el arrollador “Llévame”, nos tranquilizó de inmediato con uno de sus temas mas jazzísticos, que es en su comienzo casi una bossa-nova: “Irremediablemente cotidiano”, demostrando que estaba totalmente restablecido de su reciente enfermedad, porque su voz sonaba alta, clara y potente.
A partir de ahí, sabiamente, fue combinando temas de “Licenciado” con composiciones de sus anteriores trabajos, alternando también entre sus temas mas potentes y los mas “tranquilos”. Lo pongo entrecomillado porque los temas tranquilos de Bunbury suelen serlo al inicio, pero casi siempre van ganando en intensidad y acaban transformándose en pequeños y sentidos himnos.
La banda lo secunda a la perfección en esta creación de ambientes, sabiendo dosificarse y jugando con la dinámica en todos los temas, de forma que logran emocionarte y sorprenderte en intervalos de pocos minutos o segundos, dentro de cada canción.
De su nuevo trabajo nos interpretó más o menos la mitad, creo que con buen criterio ya que tampoco es cuestión de abusar con demasiados temas nuevos, aunque estos realmente no sean “nuevos” del todo. Tras los tres primeros, ataco con “El solitario (Diario de un borracho)”, con el que nuevamente nos transportaba al ambiente tex-mex (de hecho el disco está grabado en su mayor parte en un estudio de Texas, el “Sonic Ranch”) y cantinero que destila todo el disco. Quizás este es el tema que mejor lo representa. El single del disco, el conocido “Odiame” fue también bordado en directo, con un trabajo inmenso del teclista Jorge Rebenaque en el órgano Hammond. El corrido “Animas, que no amanezca” es otro buen ejemplo, con sus preciosos arreglos de acordeón y su ritmo trepidante. “El dia de mi suerte”, composición original del norteamericano de origen portorriqueño Willie Colon, es otra de las joyas del disco, y que gana en fuerza con el directo, transformando un tema inicialmente “salsero” en un potente rock´n´roll.
Como regalo al público almeriense – o porque lo tenía previsto, que estas cosas quedan muy bien – estrenó en directo el tema “Mi sueño prohibido”, bolero en el que participa – en el disco – el gran Eliades Ochoa, con un solo de guitarra.
Si disfrutamos con los temas de su último trabajo, ni que decir tiene que donde el público se entrego – y me incluyo – fue con algunos de los temas de sus anteriores trabajos, porque ya empiezan a ser parte de la historia de rock en castellano. Temas como “El extranjero”. “No me llames cariño”, “Que tengas suertecita”, “Sácame de aquí”, uno de sus más complejos temas, llamado simplemente “Si”, o el maravilloso “Infinito” fueron coreados por todos y, en determinadas ocasiones, cantados solo por el público, con un Enrique disfrutando de oír sus letras perfectamente entonadas por las gargantas de tanta gente. También sonaron algunos de los mejores temas de sus últimos trabajos, como “Los habitantes” o “Las consecuencias” – ambos del álbum titulado como este último tema, o la en su día controvertida “El hombre delgado que no flaqueará jamás”, bastante transformada de la original versión de estudio, mucho mas “rocanrolera”. Es este también un aspecto digno de destacar de Enrique: su capacidad para reinventarse constantemente, y re-arreglar sus propios temas, antiguos o modernos, y adecuarlos al momento y la banda actual, jugar con ellos y sacarles, si cabe, mas partido. Otro ejemplo de lo que comento es la nueva versión que interpretaron del tema “La señorita hermafrodita”, que al principio hasta costaba reconocer.
El concierto iba llegando a su fin, y os puedo asegurar que yo pensaba que no habían pasado más que unos minutos, y tras un par de amagos de marcharse – que ya están muy calculados y estudiados, ya que esas cosas son parte del show – sonaron las notas al piano del que ya se ha transformado en un clásico himno para el cierre de sus conciertos: el tema “Y al final”, un maravilloso vals al más puro estilo “bunburiano” con cuya letra aprovecha para hacer una despedida formal, volviendo a presentar a sus músicos, a los que ha ido mencionando a lo largo del concierto, porque esa es otra cosa que este tipo cuida, cosa que no todos hacen: presentar como es debido a cada uno de los músicos que lo acompañan y hacen posible de que su música suene tan espectacular.
En el concierto de anoche, yo destacaría al guitarrista Jordi Mena , por su versatilidad y buen gusto con las diferentes guitarras que se fué colgando, y sobre todo por sus magníficos solos, aunque el otro guitarrista, Alvaro Suite, tuvo también grandes momentos. El bajista, Robert Castellanos, estuvo a la altura tanto con el bajo eléctrico como con el contrabajo, y el percusionista Quino Bejar estuvo en su sitio, sin demasiado protagonismo – cosa que es de agradecer – dándole color a los temas que lo necesitaban. Ya mencioné antes a Jorge “Rebe” Rebenaque, el pianista, que también realizo un magnífico trabajo al órgano, acordeón y diversos pianos, creando los ambientes necesarios para que todo tuviese un sonido de autentico rock americano. Y, por supuesto, Ramón Gacías, tras los tambores, seguro y contundente, sin alardes demostrando porque es uno de los pilares fundamentales de todas las bandas de Enrique y de la producción de sus discos. Pero realmente en el escenario destaca quien debe destacar: el propio Bunbury, con su histrionismo, su particular estilo y gestos tan personales, que le ayudan a componer su personaje en escena y que se combinan intrínsecamente con su música.
Antes de acabar, no puedo olvidar hacer una mención expresa al sonido del concierto, que me pareció espectacular. Limpio y claro, potente cuando debía, pero dejando escuchar todos los instrumentos y matices. No sé si el pabellón reúne alguna condición para la acústica – es un pabellón deportivo por lo que, si es así, será por casualidad – o si los técnicos de sonido eran muy buenos o estuvieron inspirados, pero el resultado fue sorprendentemente bueno. Llegando al final se estropeo un poco, ensuciándose demasiado en algunos temas, pero no empañando la sensación general de sonido impecable. No siempre es así, y por eso quiero destacarlo. Una mala gestión del sonido puede echar a perder los esfuerzos de cualquier músico. En esta ocasión todo funcionó a la perfección.
Y así, como el propio Enrique nos dijo, al llegamos al final, y puedo asegurar que “nos ató con todas sus fuerzas” para seguir bailando su vals, ese al que nos enganchamos todos sus admiradores un determinado día, y en el que nos sigue manteniendo, girando y girando hasta que aguantemos de pie.
Un placer volver a verlo, Don Enrique. Y que sea por muchos años ¡¡¡ torero !!!.